Yo crecí en un río mítico para el pueblo Miskitu, el Wangki, el cual quedó dividido por la frontera que hoy separa Honduras de Nicaragua. Guardo entre mis recuerdos infantiles el cruzar a nado el río con mis hermanas para regar hortalizas, el aprender a pescar con las mujeres en las lagunas y el aporrear los frijoles en tapescos. El bosque, el llano y el río proveían alimentos, jabón y juguetes a nuestras comunidades. Aprendí que cada forma de vida en la naturaleza posee un espíritu que le imprime su característica peculiar.
Las mujeres de mi pueblo tenemos una relación particular con nuestro territorio, ese espacio sagrado que no puede ser ni vendido, ni individualizado. Para los pueblos indígenas los territorios son colectivos y representan un espacio donde los seres humanos convivimos con la Madre Naturaleza. El territorio nos da identidad colectiva y sentimiento de pertenencia al pueblo, es la base para desarrollar nuestro sistema jurídico, político, económico y social.
Como las mujeres Miskitu, las mujeres indígenas de todo el mundo compartimos esa relación especial con nuestros territorios. Como transmisoras del conocimiento, preservamos la cultura, los medios de producción y formas de organización de nuestros pueblos. Aportamos a la diversificación de las actividades productivas, aseguramos el funcionamiento de las instituciones económicas de reciprocidad y complementariedad, y contribuimos en los servicios ambientales colectivos de nuestras comunidades. Sin embargo, nuestro papel de protectoras tradicionales de nuestros territorios está siendo severamente amenazado.
El acaparamiento de nuestras tierras, territorios y recursos naturales causa efectos desvastadores sobre las vidas de las mujeres indígenas en el contexto de un planeta exacerbado por los impactos del cambio climatico. El Grupo internacional de Trabajo sobre Pueblos Indigenas en su último informe anual resalta con preocupación el hecho de que el Acuerdo de París sobre Cambio Climático no incluya plenamente una perspectiva de igualdad de género ni reconozca el papel fundamental que desempeñan los pueblos indígenas en la lucha contra el cambio climático (IWGIA 2016).
El impacto del uso indiscriminado de los territorios indígenas repercute seriamente en la vida de las mujeres indígenas, causando desplazamientos forzados, degradación ambiental, trastornos graves a la salud y conflictos ocasionados por la escasez de recursos naturales. Muchas de las funciones tradicionales se han erosionado debido al efecto combinado de la pérdida de los recursos naturales y el agotamiento de los ecosistemas, su transformación en economías monetarias, la modificación de las estructuras locales, sociales y de adopción de decisiones y la carencia de reconocimiento político en el contexto del Estado. Las mujeres sufren a menudo marginación con respecto a la propiedad de la tierra y tienden a estar más excluidas de la toma de decisiones y la administración de la propiedad comunal.
Las mujeres indígenas igualmente todavía sufrimos de violencia conyugal en nuestras comunidades, violencia que se ve agravada por factores estructurales que tienen como consecuencia el alza de precio de la tierra, concentración de acaparamiento de tierras, alza de precios de alimentos y otras tendencias en el contexto de modelos económicos extractivistas.
La violencia que experimentan las mujeres y las niñas indígenas desafía toda simple categorización y se ve agravada por la intersección de diversos tipos de discriminación. La violencia contra las mujeres y las niñas indígenas es de carácter multidimensional y no puede desvincularse ni de los procesos de colonización ni de sus secuelas, tampoco de la desintegración forzada de las estructuras comunitarias y de los sistemas de gobernanza territorial tradicionales.
La violación sistemática de los derechos colectivos de los pueblos indígenas es un importante factor de riesgo para la violencia de género. Para los pueblos y las mujeres indígenas el derecho al territorio garantiza la reproducción de sus modos de vida para la aplicación del derecho a su propio desarrollo.
Recuerdo las palabras de una dirigente en cuanto al valor y significado del territorio para nosotros los pueblos indígenas: “A los indígenas al nacer se nos canta, se nos recuerda de dónde venimos, de dónde proceden nuestras dos abuelas y dos abuelos y su historia territorial, que es también nuestra responsabilidad territorial”.
Las vidas de cerca de 2.500 millones de personas dependen de tierras indígenas y comunitarias, que suponen más del 50% de la tierra del planeta; sin embargo, legalmente sólo son dueñas de una quinta parte de ella.
Por este motivo en marzo de este año se lanzó un Llamado Mundial a la Acción que tiene como objetivo duplicar hasta el año 2020 la superficie mundial de tierra legalmente reconocida como propiedad o bajo control de los pueblos indígenas y las comunidades locales.
Esta es una oportunidad para que organizaciones, gobiernos y personas de todo el mundo se movilicen en favor los derechos a la tierra de las mujeres indígenas y para recordar que la violencia contra nosotras no es solo una cuestión de derechos individuales, sino también colectivos.
por Myrna Cunningham
(originalmente poublicado en inglés en Thomson Reuters Foundation)
Myrna Cunnigham es una feminista misikita y activistas de derechos indígena de Nicaragua. Fue presidenta del Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas hasta 2012. También es presidenta de la Asociación para los Derechos de la Mujer en el Desarrollo (AWID).