En la región fronteriza de Michoacán, Bárbara, una joven bióloga mexicana, impulsó un proyecto audiovisual para retratar el trabajo silencioso pero poderoso de las mujeres que cuidan la tierra.
Lo hizo de la mano de la organización local Guacamayas Calentanas, la Red Oja, y con el apoyo de la Escuela Juventudes, Tierra y Territorio.
En El Chocolate, una comunidad ubicada en los bosques tropicales secos de Michoacán, la conservación es una práctica cotidiana. Allí, desde hace más de 14 años, la organización Guacamayas Calentanas trabaja por la protección de la guacamaya verde, una especie emblemática y en peligro, que se ha transformado en bandera de la restauración y conservación.
Todo comenzó como un proyecto familiar. Al encontrar guacamayas en sus tierras, un matrimonio empezó limpiando el área y sensibilizando a la comunidad sobre la importancia de protegerlas. “Con el tiempo, el compromiso creció: restauración del hábitat, reforestaciones, viveros comunitarios, recolección de semillas nativas, agricultura sostenible y educación ambiental”, cuenta Bárbara Michel Vargas sobre cómo el alcance de la organización fue ampliándose.
Estudiante de biología, y ahora secretaria de la asociación, Bárbara no sabía que iba a impulsar un nuevo capítulo en esta historia cuando llegó a Guacamayas Calentanas. Inicialmente su proyecto era colaborar en la evaluación de la reforestación participativa de la organización. Una vez allí, supo que también quería contribuir a la comunidad. “Hice un mapeo participativo y noté que las mujeres y juventudes tenían un rol clave, pero poco reconocido. Entonces, junto a los jóvenes, decidimos trabajar en la producción de narrativas audiovisuales para que contaran sus propias historias”.


Un fondo semilla para sembrar historias
Así nació el proyecto que pudo implementarse gracias a un fondo semilla de la Escuela Juventudes, Tierra y Territorio, una iniciativa impulsada por la International Land Coalition (ILC LAC) junto a Oxfam y YPARD Perú. Bárbara, quien participa activamente en la Red Oja —miembro de la ILC—, venía buscando herramientas para incidir en políticas públicas vinculadas a la biodiversidad. “La Escuela fue una oportunidad para continuar capacitándome, para aprender cómo nuestras acciones locales pueden ajustarse a los marcos globales de conservación”, afirma.
El proyecto audiovisual - titulado “Mujeres en vuelo” - involucró a jóvenes de tres comunidades: El Chocolate, Poturo y Santa Rosa. La propuesta fue clara: fortalecer capacidades comunicacionales, organizativas y de incidencia, explorando la narrativa audiovisual para contar historias y abrir espacios de reflexión. Con cámaras en mano, las y los adolescentes entrevistaron a las mujeres, para poner en valor sus conocimientos tradicionales y destacar el papel fundamental que tienen como trabajadoras de la tierra y guardianas de la naturaleza.
“El 70% de la población en estas comunidades está compuesta por mujeres y jóvenes, porque muchos hombres migran en búsqueda de trabajo. Aunque no siempre son dueñas de la tierra, son ellas quienes la trabajan, la cuidan y la conocen profundamente. Sin embargo, sus voces muchas veces no se escuchan en los espacios de toma de decisiones”, explica Bárbara. La producción audiovisual fue también una forma de hacer escuchar sus voces.


Diálogos nuevos, vínculos fortalecidos
Durante el proceso, surgieron aprendizajes muy valiosos. En Poturo, por ejemplo, los jóvenes hablaron sobre cómo la falta de oportunidades los expone a la violencia del crimen organizado. En Santa Rosa, compartieron cómo la escasez de agua, agravada por el cambio climático, afecta su vida cotidiana. “Comprendieron que estos problemas también están ligados a la crisis ambiental global. Y que hay que contarlos desde su mirada para que el mundo escuche”, dice Bárbara.
Además del documental, se desarrolló un tríptico titulado “¿Qué necesitas para hacer tu primera película?”, una guía práctica que ofrece consejos útiles para que otros jóvenes rurales puedan iniciarse en el mundo audiovisual. El material incluye desde recomendaciones técnicas básicas hasta consejos para estructurar una historia con sentido y conexión comunitaria. Con este recurso, buscan inspirar a más juventudes a compartir sus propias vivencias y saberes, fortaleciendo la comunicación desde y para los territorios.
Tríptico ¿Qué necesitas para hacer tu primera película?
“Además, este camino les permitió a los jóvenes generar nuevos diálogos con sus mamás, sus hermanas, sus tías y vecinas, reconociendo que sus prácticas sostenibles no solo brindan un beneficio directo - alimento para sus familias- sino un beneficio colectivo de protección de los bienes naturales.”
Eligieron el formato audiovisual para generar una conexión emocional con las audiencias, que llame la atención sobre estos temas más allá de sus comunidades. “Queremos posicionar el rol de las juventudes y de las mujeres en la conservación del territorio. Mostrar que las actividades rurales son fundamentales para la vida incluso en las ciudades, y que detrás de cada grano de maíz o frijol hay personas que cuidan la biodiversidad desde sus saberes y prácticas”.
En un contexto atravesado por la violencia y la falta de oportunidades para el arraigo rural, esta experiencia demuestra que el trabajo colaborativo y el compromiso comunitario contribuyen a generar lazos y conocer nuevas realidades.
El próximo paso, explica Bárbara, es amplificar estos mensajes, logrando que los videos se difundan a nivel estatal, nacional e internacional, con presentaciones en espacios académicos, gubernamentales y redes juveniles.
“Queremos cambiar la narrativa que asocia el campo con la pobreza. Hay riqueza en el conocimiento campesino, en la producción agroecológica, en la defensa del agua y de los bosques. Este proyecto fue una manera de decir: aquí estamos, aquí cuidamos, y aquí también soñamos con un futuro mejor”.


Los videos de la serie “Mujeres en vuelo” se encuentran actualmente en etapa de postproducción.
Además de presentarlos en las comunidades retratadas, la intención es poder compartirlos en redes sociales, para dar a conocer esta experiencia más allá de Michoacán y así generar nuevos diálogos y reflexiones sobre el papel de las mujeres y juventudes en la defensa del territorio y la biodiversidad.