Gerlene Silva Freire tiene 23 años y desde 2023 es parte del equipo del Centro de Estudio del Trabajo y de Asesoría al Trabajador y la Trabajadora (CETRA).
En este blog comparte su experiencia como integrante de la delegación de jóvenes de la ILC que participó en la 2° edición del Foro Regional de América Latina y el Caribe sobre la UNDROP, cuyo lema en esta oportunidad fue "Voces Jóvenes del Campo y sus Derechos".
Este encuentro reunió a jóvenes de 11 países para analizar los retos y explorar las oportunidades que ofrece la implementación de dicha declaración.


Siempre fui una joven activa y participativa en la comunidad, movilizando a otras personas y contribuyendo en las actividades de la asociación comunitaria. Por eso cuando fui invitada a participar en la segunda edición del Foro Regional de América Latina y el Caribe sobre la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos y Otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales (UNDROP), lo sentí como un logro.
Nací en la comunidad Córrego de Baixo, en el interior del estado de Ceará, en Brasil. Vengo de una familia reconocida por su trayectoria de lucha por la tierra. Mi bisabuela luchó valientemente para que las familias de la comunidad pudieran ser libres de producir y criar animales para su sustento, sin tener que entregar su producción a quienes decían ser dueños de las tierras.
Fui creciendo con la convicción de que estudiaría y lucharía siempre al lado de las minorías, porque mi gente lo había hecho para que la comunidad pudiera tener una vida digna.
Como parte de CETRA, organización con la que primero me formé, y que ahora integro, tuve la oportunidad de ser parte de la delegación de jóvenes de la ILC que llegó a Bogotá, Colombia, para participar en el 2° Foro Regional de América Latina y el Caribe sobre la UNDROP. Esta edición, que se celebró el 4 y 5 de diciembre de 2024, estuvo dedicada a las voces de las juventudes rurales.
Fue mi primer viaje internacional. En el avión, mientras observaba los paisajes, mi corazón estaba lleno de emociones. Recordaba las manifestaciones, reuniones y círculos de diálogo en los que había participado, y pensaba en la responsabilidad de llevar a ese Foro los desafíos, experiencias exitosas y las demandas de las juventudes campesinas de mi territorio.
La energía fue contagiosa desde el primer momento: las juventudes vibraban con cada intervención. Pensaba que los problemas presentados por otros jóvenes serían distintos a los de mi territorio.
Sin embargo, descubrí que la falta de tierra, agua, el uso desmedido de agroquímicos y las dificultades para acceder a una educación de calidad eran problemáticas comunes.
El Foro fue un espacio para aprender y estrechar lazos. Las luchas sociales muchas veces parecen individuales, donde cada territorio se queda en su lugar tratando de generar cambios, pero allí en Bogotá quedó claro que la lucha es de todos. Tiene sentido en cada territorio, y adquiere otra dimensión cuando diferentes sujetos sociales de diferentes países se encuentran y unen sus fuerzas. Esta lucha tiene un único objetivo: «un mundo justo».
Entre las diversas experiencias que conocí, la que más llamó mi atención fue el trabajo en educación para que niños y niñas aprendan la importancia de las semillas criollas, el bosque, las aguas y la tierra.
La inversión en educación puede hacer una diferencia sustancial en la protección de los recursos naturales del planeta, y si empezamos desde pequeños es más fácil entender y cuidar nuestro medio ambiente.
Durante todo el evento resonó la idea de que «eternizar nuestras luchas es eternizar la esperanza», y confieso que me quedó grabada. Volvimos a nuestros territorios con energías renovadas para continuar luchando por garantizar la construcción de una vida libre y digna para las juventudes rurales. El Foro fue combustible y esperanza de que estamos en el camino correcto.